viernes, 10 de julio de 2009

Una chica de otro mundo >>Resonancia<<


Capítulo 1

Después de cuatro años de carrera, al fin había terminado la escuela de psicología. Estaba libre para poder trabajar en la institución mental que me ofrecieron hace un año. Tenían un caso especial que creían que podría solucionar.

Había una chica llamada C.C. Tenía un trastorno mental que la hacía pensar que era de otro planeta. La tenían encerrada por su seguridad. Muchos psicólogos decían que era por abuso, pero eso me tocaba a mí asegurar. No había visto a la joven, decían que tenía los ojos desorientados y decía incoherencias en un idioma diferente, que resultó ser francés. Investigando su pasado me di cuenta de que había aprendido el idioma antes de enfermarse. Por la investigación también lo aprendí.

Su historia era algo complicada. No saben qué fue lo que pasó con ella antes de encontrarla en la calle, tenía diez años entonces. En cuanto un policía la localizó, la llevó al hospital. Donde cayó en estado catatónico por dos años. Desde los doce años, cuando despertó, la han llevado y traído de instituciones mentales todos los años. Ahora tiene 19 y nadie sabe su pasado dado que ella piensa que es de otro planeta. Lo único que sabemos con seguridad es que aprendió francés.

Fui a mi casa y preparé comida. Dejé las cosas en su lugar y comencé con mi trabajo. Mañana vería por primera vez a C.C y sabía que sería difícil, pero soy paciente, puedo con esto. Llamé rápidamente a mi madre para saludar, tenía años sin verla. Fui a dormir después de haber investigado un poco más de C.C y de haber practicado el francés.

A la media noche recibí una llamada del hospital.

-Dr. Lamperouge. Disculpe que lo moleste, tuvimos un inconveniente. El hospital psiquiátrico Dialnet ha sido evacuado por una emergencia. Al parecer uno de los internos inició un incendio que se expandió.

-¿Hay heridos? –dije levantándome de la cama.

-No, doctor. Evacuaron todo pero no pudieron apagar el fuego a tiempo. Se extendió hasta dejar el edificio casi en ruinas.

-¿Entonces no obtendré el caso de C.C? –dije algo decepcionado.

-No lo creo, por ahora la Srta. no tiene donde quedarse, no podemos proporcionarle el lugar adecuado para sus sesiones.

-No importa, puedo conseguir una oficina. Disculpe que le pregunte pero ¿Dónde van a hospedar a todos los internos de Dialnet?

-Aun no lo sabemos, ningún hospital tiene lugar para tantos. Estamos intentando localizar a la familia de todos para ver si pueden hospedarlos por un tiempo, mientras arreglan en edificio.

-¿Qué harán con los que no tienen familia? –sabía por los expedientes que C.C no contaba con ningún familiar vivo.

-Todavía no hemos solucionado eso.

-C.C podría estar en mi casa. Tengo habitación de huéspedes y una oficina para las sesiones, -el hombre suspiró, sonó como si estuviera aliviado.

-Eso sería de gran ayuda Dr. Lamperouge. Puedo mandar a un enfermero que cuide de ella. Verá, a veces C.C tiene…ataques. Pero no es nada grave, con una inyección de diazepam todo queda solucionado.

-No creo que sea necesario.

-Como usted quiera. Mañana puede presentarse en las oficinas de Dialnet, ahí es donde están todos los internos por ahora. Solo presente su credencial de socio del hospital y le darán permiso en seguida.

-¿En estos momentos están todos los internos en una oficina?

-Sí doctor. Por el momento no tenemos donde dejarlos. Estamos localizando ya mismo a los familiares.

-Voy ahora mismo para allá.

Colgué el teléfono y me vestí. Salí a mi auto y conduje rápidamente hacia las oficinas. Las oficinas se encontraban separadas del edificio que se había quemado, por lo que no les sucedió nada, pero no eran adecuadas para tener a más de doscientos pacientes enfermos ahí. Llegué al lugar y me estacioné. Los trámites fueron rápidos. Estaban totalmente desesperados por conseguir hospedaje para los pacientes. Me hicieron firmar un contrato donde decía que llevaría a C.C cada dos meses para una inspección.

-Muy bien Dr. Lamperouge. Es muy amable de su parte, la jovencita no tiene donde quedarse, -dijo un enfermero mientras me guiaba a donde se encontraba la joven. Abrió una de las oficinas, había cerca de 20 personas en un pequeño cubículo. Esto sí que era de locos. Clovis, el enfermero, pasó entre el gentío. Yo me quedé a esperarlo.

-Vamos C.C, han venido por ti.

-¡No!

-No, C.C. Ellos no, ha venido un amigo a llevarte a una casa. ¿Recuerdas? El lugar done te dije que vivían los humanos. Así no podrán descubrirte. Vamos C.C.

No escuché nada más. De pronto tenía frente a mí a Clovis y a una linda jovencita. Estaba algo desaliñada pero se veía que era hermosa. Su cabello cubría su rostro y traía solamente una bata blanca. Me quité mi chaqueta y se la puse en los hombros. Ella me miró y quedé sorprendida por el color de sus ojos.

-Hace frío afuera, -le dije. –Hola, soy el Dr. Lamperouge. Puedes llamarme Lelouch, -extendí mi mano y ella no hizo nada, solo me observaba.

-No le gusta el contacto físico, -dijo Clovis. –Se altera demasiado si alguien la toca, le recomendaría que no lo hiciera, puede lastimarlo.

Fuimos al auto y noté que no se quitó mi chaqueta, de vez en cuando la olía. Clovis no la tocó ni una sola vez al igual que yo. Me dijeron que no tenía ropa pero que mandarían algo al siguiente día. Asentí y nos fuimos de ahí. A medio camino saqué mi móvil.

-¿Hola?

-Euphemia, habla Lelouch.

-¿Lelouch? ¿Acaso estás loco? ¡Son las dos de la mañana!

-Lo siento Euphe, necesito tu ayuda. ¿Puedes llevar ropa de mujer mañana a mi casa?

-Lelouch, ¿Qué demonios? ¿Para qué la quieres?

-Puedes por favor solo hacerlo, mañana que vayas te explico.

-Como sea, -colgó y suspiré. C.C no había dicho una sola palabra en todo el camino. Pasé al supermercado a comprar víveres. Yo no tenía mucho ya que no comía en casa, pero ahora que C.C estaría ahí tenía que tener comida. Tenía la impresión de que no iba a salir mucho de ahí de ahora en adelante. Cuando llegamos abrí la puerta y esperé a que ella pasara.

-Tu habitación está por aquí, -dije guiándola. La habitación estaba al lado de la mía. –Yo duermo en ésta, si necesitas algo, puedes venir y pedirlo. ¿De acuerdo? Siéntete cómoda de hacer lo que quieras- Ella siguió sin hacer nada. –Veo que no tienes nada con qué dormir, -fui a mi habitación y saqué una playera mía, larga y regresé a la habitación. –Aquí tienes, -Le extendí la playera y ella levantó los brazos. -¿No sabes vestirte? –dije algo asustado.

-Nunca me enseñaron ese ritual humano, por lo general las lindas infirmières (enfermeras) me vestían, -dijo la última palabra con énfasis. Esto iba a ser más difícil de lo que creí. Era un caballero sí, pero también un hombre. Tragué sonoramente y me acerqué. Entonces recordé que no le gustaba que la tocaran.

-Muy bien, voy a tener que tocarte. Trataré de hacer el mínimo contacto pero aun así puede que sientas mis dedos. ¿De acuerdo? –dije mirándola a los ojos. Ella asintió. Me cerqué y me puse detrás de ella. Deshice los listones de su bata de hospital y la dejé caer. Rápidamente tomé la playera y se la puse. Dios, si esto es una prueba, me la estás poniendo difícil. –Muy bien, ya está. Ahora puedes recostarte en la cama.

-No quiero dormir, ellos vendrán, -dijo girándose y mirándome. Vi en sus ojos un terror verdadero.

-No te preocupes, nadie vendrá por ti mientras yo esté aquí, -tomé su mano y me tensé. La solté de pronto y la miré, esperando que se alterara. No lo hizo. Suspiré y le dije que fuera a la cama. Deshice las colchas y se recostó. La tapé con cuidado. –Que duermas bien.

-Llámame C.C, -me miró y después se puso de lado, en posición fetal.

-Muy bien, C.C.

Me fui a mi habitación y me recosté en la cama. Esto sería una tarea pesada, pero por suerte tenía una hermana loca obsesionada con las compras, casada con un psicólogo quien resulta ser mi mejor amigo. Podría con esto. Me dormí tranquilamente pensando en cosas que tendría que hacer para ayudar a solucionar el problema de C.C. Seguro que los recuerdos de su infancia estaban escondidos en alguna parte de su cabeza, solo había que buscar.

A la mañana siguiente una Euphemia muy enojada llegó a medio día. Traía diez bolsas diferentes de ropa. Se veía que había disfrutado todo el viaje, pero estaba molesta porque la desperté. C.C aun no despertaba.

-Muy bien, dime qué es lo que pasa. ¿Para qué quieres la ropa? No me digas que te volviste homosexual y que vas a comenzar a vestirte de mujer?, es lo único que me falta. Aunque tal vez siempre lo supe, es decir, ninguna novia, nada de…

-Euphemia, -dije interrumpiéndola. –No es eso, claro que no. ¿Recuerdas que me ofrecieron un caso en el hospital Dialnet el año pasado? –ella asintió. –Bien, pues el hospital se incendió y desalojaron a todos. La paciente que iba a atender no tenía casa ni familiares así que le ofrecí hospedaje. Así será más sencillo atenderla y podré examinarla más de cerca.

-Oh, eso tiene un poco más de lógica. Entonces la chica no tiene nada de ropa, familia, amigos, accesorios, maquillaje. ¡Qué horror! ¿Dónde está?

-Durmiendo, -Euphemia tomó las compras y las llevó al cuarto de huéspedes. Yo rodé los ojos y comencé a preparar la comida. Escuché que encendían la ducha. Una hora después escuché que venían a la cocina.

-Lelouch, aquí tienes a la nueva C.C, -dijo Euphe. Me giré y vi a C.C con unos jeans y una linda blusa. Se veía tan normal, tan linda. Cuando miré su rostro noté que estaba sonrojada. –Lelouch, tengo una pregunta.

-Sí, ¿Cuál?

-¿Quién le ayudó a ponerse la playera? –dijo con los brazos como jarras y los ojos entrecerrados.

-Yo, ¿Por qué?

-¿Por qué? Porque debajo no traía nada más y si me aseguras que no eres homosexual…

-Euphe, detente. No hice nada, solo le ayudé. Ella dijo que no sabía vestirse.

-Muy bien, -se acercó y pellizcó mi mejilla. –Ese es mi hermanito.

Euphemia pasó el resto del día hablando con C.C, explicándole cosas de mujeres. Era domingo, por lo que quise darle un día antes de comenzar a tratarla. C.C actuaba de forma inocente, como una niña. Euphe la obligó a comer, pero ella argumentaba que la comida para humanos le causaba malestar.

-Mira, C.C. Si no comes, no podrás estar fuerte, -le decía mientras servía un plato de pasta.

-Pero, esto parecen cerebros humanos, no quiero comer eso, -me acerqué y la tomé por los hombros, de nuevo no reaccionó contra mí. Quizá Clovis me había mentido.

-C.C, es necesario que comas. Tu cuerpo por el momento es humano, lo que significa que necesitas de esto. Es como si fuera combustible, -ella me miró a los ojos. No estaba seguro de lo que había en ellos. Tomé el plato y puse un poco de pasta en el tenedor. Lo acerqué a sus labios y ella los abrió poco a poco, sin dejar de hacer contacto visual conmigo. Comió un poco y pareció gustarle. Después de unos minutos ella siguió comiendo sola.

Euphe se quedó satisfecha y se marchó. Esa noche volví a ayudarle, solo que esta vez sí traía algo puesto debajo. Gracias Euphe, pensé. Aun así no pude evitar notar que estaba muy delgada. Tal vez no le gustaba la comida del hospital. Deshice la cama para ella y volvió a acomodarse en forma fetal. Se veía como si quisiera protegerse de algo. Me fui a mi habitación y en esta ocasión caí como tabla sobre mi cama. Estaba agotado por la noche anterior, que no había dormido muy bien. Cuando sentí que pasaron minutos que había dormido desperté al escuchar gritos. Me senté de golpe en mi cama y aguardé a ver si no era mi imaginación.

-¡No! –escuché en la habitación de al lado. Me puse de pie para ir con C.C. -¡No, no dejes que me toque! ¡Ayuda! –gritaba una y otra vez. Sonaba asustada, muy asustada. Entré en su habitación y vi que tenía tirada la colcha y hacía ademanes de quitarse algo de encima. -¡No, por favor! ¡No de nuevo!

Me acerqué y la tomé en brazos. Ella siguió moviéndose un poco más y después se quedó quieta, sujeta con fuerza a mi playera. –Shh, ya C.C, ya, -susurré en su oído. Ella estaba llorando. Parecía que mientras dormía volvía a la parte difícil de su vida. Pero cuando despertaba, todo era diferente. Era como si sus recuerdos estuvieran reprimidos. Y tal vez así era.

-Ne me laisse pas (no me dejes) –dijo se pronto, soltando un poco mi camisa. Se puso en posición fetal, pero seguía pegada a mi pecho.

-No te voy a dejar C.C, nada malo te pasará mientras estés conmigo, -acaricié su cabello y pareció calmarse completamente. Relajó sus tensos músculos y dejó caer la cabeza en la hendidura de mi hombro. Podía sentir su aliento golpeando mi cuello. Era una respiración calmada. La volví a recostar en la cama y la tapé. La puse como si fuera un capullo, envuelta con la colcha. Volví a mi habitación, algo alterado por lo que acababa de pasar. Había pedido ayuda, había gritado, había hecho ademanes de quitarse algo o alguien de encima. Había dicho ‘no de nuevo’. Bajé rápidamente a mi estudio y lo anoté en la libreta que había comprado especialmente para este caso. Volví a dormir pero de forma más alerta, por si ella volvía a gritar.

A la mañana siguiente C.C logró vestirse por sí misma, gracias al cielo por eso. También lo puse en el cuaderno. Quizá era algo pequeño, pero se había logrado en solo un día. Desayunamos y por suerte C.C comió. Al parecer su problema sí era con la comida del hospital.

Al medio día comenzamos con la terapia. Lo primero que tenía que hacer era ganarme su confianza. Mi sala de consultas era muy monótona. Una sofá típico de los psicólogos, un escritorio, una silla reclinable detrás de éste y cuadros comunes. Euphe me odiaba por haberla hecho de esta forma, pero la verdad es que me sentía en mi entorno. C.C tomó asiento en el sillón para los pacientes y yo me senté en la silla reclinable.

-Muy bien C.C, me gustaría que me hablaras de ti. Tus gustos, tus aficiones, todo lo que consideres que es parte de ti, -me miró y asintió.

-Bueno, como sabes no soy de este planeta. Mi planeta se llama Quaoar.

-¿Quaoar? ¿Cómo el planeta descubierto en el 2003? –pregunté frunciendo el ceño.

-Sí, ese. Me mandaron en cuanto se enteraron que los habían descubierto. Querían que fundiera sus cerebros, pero no pude hacerlo. Me tomaron como rehén y me amarraron. No tenía la misma fuerza que en mi planeta.

-¿Quieres decir que en tu planeta eres fuerte?- ella asintió. Tomé algunas notas. –Muy bien, ¿Qué puedes decirme de la raza humana? ¿Qué has descubierto?

-No mucho, la mayoría de la gente me trata bien. Tú eres muy amable, las infirmières (enfermeras) también, la petite lutin (la pequeña duende) que vino ayer, Euphe, también es amable. Pero al mismo tiempo se contradicen, hay algunas personas que me obligaron a hacer cosas que no quería. O que me hicieron cosas que causaron esa sensación llamada dolor, -su cara cambió de estado. Se veía asustada. Tomó sus piernas y las pegó a su pecho. Puso su mentón sobre ellas y miró al vacío. –La mayoría de los humanos que me trataron mal fueron como tú.

-¿Cómo yo? ¿A qué te refieres?

-Ya sabes, frente plano, cabello corto, un homme (un hombre).

-Oh, creo que entiendo. C.C, dime algo. ¿Te trataron mal en el hospital? –enterró la cara en sus manos y comenzó a temblar. Su cuerpo se convulsionaba, aumentando cada vez más. Sin poder evitarlo me acerqué a ella y la abracé. Pareció relajarse un poco.

-Quiero ir a mi casa, ¿Por qué no vienen por mí? –dijo tristemente. -¿Acaso no me quieren ya? Nadie me quiere.

-No digas eso. C.C, dime quien te hizo daño. De esa manera podré evitar que se acerquen a ti.

- L'infirmier (el enfermero) Clovis, él me… tocaba de forma extraña. Siempre que no había nadie afuera. Venía a mí y me tocaba. Y también hacía que lo tocara, ahí abajo. Era algo asqueroso y siempre le rogaba que no. Pero no me hacía caso. Venía cada deux jours (dos días). Siempre era lo mismo y no podía hacer nada, -en ese momento comprendí la forma distante en la que se portaba con Clovis. Cuando había gente viendo ella sabía que no la podía obligar a hacer nada, por lo que se alteraba si la tocaba. Sabía que si alguien lo veía, la defenderían a ella. Mis manos se volvieron puños y cerré los ojos. Ese maldito canalla. ¿Cómo se atrevía a aprovecharse de una pobre joven trastornada. Tuve que suspirar varias veces antes de componerme. Ella parecía cómoda con mi contacto, no se alteraba cuando la abrazaba.

-¿Alguien más te trataba mal, C.C? Necesito que seas sincera conmigo. Quiero ayudarte, prometo que no te pasará nada. No se volverá a acercar a ti, -oh sí, yo me encargaría personalmente de que ese idiota lo pagara y muy caro.

-No quiero hablar de eso. Mi tête (cabeza) me duele.

-Muy bien, no te preocupes. ¿Qué te parece si comemos algo y te doy una pastilla para la cabeza? –ella asintió. Me puse de pie y ella también.

-Lelouch, tengo una pregunta, -dijo mirándome directamente a los ojos.

-Dime

-¿Por qué entiendes todo lo que digo? Les infirmiers (los enfermeros) se enojaban conmigo. Me decían cosas como ‘tarada’ o ‘loca’. No entendía el significado de esas palabras, pero por el tono de su voz sabía que no era nada bueno. Pero tú pareces entender todo lo que digo.

-Eso es porque tú hablas mi idioma, mezclado con el idioma de otro país. ¿Conoces Francia? –pregunté mirándola a los ojos. Creí ver pasar un destello de felicidad.

-Sí, claro. He oído algunas cosas. ¿Tú lo conoces?

-No, pero planeo ir algún día, -le dije sonriendo. Ella me devolvió la sonrisa.

-Yo quisiera ir algún día, -suspiró profundamente y bajó la mirada.

-Algún día prometo llevarte, pero solo si prometes ser una buena niña y decirme solo la verdad en todas las sesiones que tengamos.

-Sí, -volvió a mirarme, ahora con el ceño fruncido. -¿Tú me harás hacer cosas que no quiero, como Clovis?

-No, claro que no. Jamás, -dije lleno de furia al recordar lo que había dicho sobre él.

-Lo sabía. J'ai confiance en toi (Confío en ti).

-Me alegra.

Comimos pizza ese día. A C.C pareció gustarle mucho. Estaba muy feliz de que su cuerpo pareciera recuperarse poco a poco. Era muy pronto para decir que había subido de peso, apenas era el segundo día. Al tercer día, Euphe vio a ayudarme. Yo tenía unos asuntos pendientes en el hospital, con cierto enfermero.

Llegué a las oficinas, entré de inmediato. Vi que quedaban muchos menos enfermos. Al parecer la mayoría tenía familiares. Recorrí los pasillos buscando por él. Lo vi y mis manos se volvieron puños al instante. Cuando me vio sonrió. Maldito canalla, idiota, hipócrita enfermo. Sin pensarlo estampé mi puño con su quijada.

-Eso, es por aprovecharte de C.C, -volví a golpearlo. –Eso es por ser un idiota, -lo golpeé por tercera vez. –Y eso es por las otras pacientes de quienes estoy seguro también abusaste.

No me había dado cuenta de que había público. Tres enfermeras me miraban espantadas. Una de ellas fue a ayudarle a Clovis, quien seguía sin decir nada.

-Dr. Lamperouge,-dijeron detrás de mí. Me giré y ahí estaba el director general del hospital. -¿Sucede algo? ¿Tengo que recordarle que está rodeado de personas enfermas y que se alteran fácilmente?

-Lo único que quiero es que quiten a este intento fallido de hombre de este hospital. Que se haga público el hecho de que abusa de las pacientes. C.C es una prueba factible de ello. Si gusta puedo enseñarle la grabación. O tal vez será mejor que se la enseñe a la policía.

-No será necesario. Creo en su palabra. El Sr. se irá de inmediato.

Él me miró con odio y yo lo amenacé con la mirada. Preparó sus cosas y se marchó.

-Te arrepentirás, -dijo antes de marcharse.

-Tú te arrepentirás de haber nacido si vuelves a ponerle un dedo encima a C.C o a cualquier mujer.

Con eso se fue y yo regresé a mi hogar.

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